El cuarto paso [sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos]
23 de mayo — 26 de julio, 2024
Alejandro Almanza Pereda ﹒ Aníbal López [A1-53167] ﹒ Antonio Caro ﹒ Avantgardo ﹒ Darío Escobar ﹒ Diego Sagastume ﹒ Inés Verdugo ﹒ Joaquín Rodríguez del Paso ﹒ La Cholla Jackson ﹒ Marek Wolfryd ﹒ Patrick Hamilton ﹒ Priscilla Monge ﹒ Roger Muñoz ﹒ Santiago Sierra ﹒ Wendy Cabrera Rubio
Los infortunios de la moral / The misfortunes of morality
Javier Payeras
Inventario es un sustantivo que viene del latín inventarium y que se deriva del verbo invenire (encontrar o hallar), extraña mutación de ser una acción para transformarse en un resultado, el recuento de lo que queda a nuestro favor y la enumeración de lo que juega en nuestra contra. Quienes hemos realizado este ejercicio sabemos que requiere un enorme esfuerzo, sino valentía, discernir con toda crudeza el resultado de lo que somos. En el libro El existencialismo es un humanismo, encontramos la frase más famosa de Jean Paul Sartre “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”. ¡Bárbara sentencia para definir los contornos de una vida hecha con restas y sumas! Aquí está, pues, el inventario que construye lo humano, con su flexible moral y su cambiante imperfección.
“Un inventario moral de nuestras acciones” es el cuarto paso dentro de un programa de rehabilitación para adictos. Algunos coincidimos de que es el paso más difícil porque hace necesario el autorretrato que nos despoja del papel de víctimas y nos obliga a revisamos con toda claridad. Entre más equivocados estamos, más difícil es tomar el camino correcto, es decir, nos hemos acostumbrado tanto a usar la máscara que termina siendo nuestro único rostro. No existe liberación para quien asume el rol de la víctima. En este trance del narcicismo, la moral es la más seductora vía de aceptación, siempre buscando el conjunto y anulando al individuo.
La moral no existe sino es a partir del otro, del opresor. El que somete es una entelequia sin voz propia que debe ser cancelada porque representa el estado más puro del abuso y la maldad. La moral es propiedad de la víctima, es por eso que su sombra es tan grande; mientras estamos dentro del manto de protección del victimismo tenemos garantías de que podemos romper cualquier principio que critiquemos, porque nuestra carta de presentación es el dolor transcurrido en el pasado por culpa de otros, así damos forma a las atrocidades y las infinitas razones para nuestra venganza. Exigimos los privilegios que nos ha sido negados, lo que nos transforma en la multitud, en el caudillo y en el justiciero moral que representa de forma optimista al futuro.
La mass media ocupa el rol de intermediario entre lo correcto o lo incorrecto, pero nunca amplía su abanico de posibilidades a las ideas verdaderamente disidentes, porque es una suerte de simulador de vuelo para quienes han crecido en los últimos cuarenta años bajo su tutela. El panóptico ya no es el enemigo, no es el centinela dispuesto a abrir fuego si intentamos escapar de la prisión; es en realidad el confesionario al que asistimos voluntariamente, tal como en los reality shows de la década de los noventa, donde la intimidad era un espejo poblado por millones de espectadores cargados de morbo e impulsos por demás extremos. Hoy añadimos una vieja historia al mundo contemporáneo, lucirnos moralmente impolutos frente al dudoso espejo que nos refleja; el espectador dictamina y sentencia, asumimos que al igual que en The Truman Show[1] a cualquier hora del día siempre existirá un público y que en realidad todo el objetivo de nuestra vida es convencerlo, mostrando nuestra cara presentable, nuestra verdad editada; no mentimos sino que ocultamos y así mantener nuestra estatura moral de jueces y verdugos. El absolutismo de la imagen por encima del argumento, la desintegración de los méritos a favor del clickbait, que aumenta en la medida en que logramos destruir reputaciones, tal como sucede con la máquina del fango, que Umberto Eco satiriza en su novela Número Cero.
Steven Pinker nos da esta reflexión “La violencia se considera moral, no inmoral: a lo largo de la historia, se ha asesinado a más personas para imponer la justicia que para satisfacer la codicia.”, hasta aquí el papel no reconciliador de los justicieros sociales, cuando en la producción artística se acude al discurso, al panfleto, al frote contra la mala conciencia… se reafirma únicamente el ego punitivo del que expone, es la transformación de los pronombres: Yo a cambio del Nosotros. Entre la moral y la ciencia, entre la moral y la realidad, entre la moral y los matices, siempre se exigirá ponerse del lado de la moral para evitar la humillación, el desprecio y la deslegitimación del grupo. Es curioso que en una época en la que se han ampliado los márgenes de la comunicación, exista una enorme cantidad de personas que asumen su derecho a la opinión sin filtros de calidad o autoridad, sin embargo, no encontramos más que ideas que en absoluto vulneran al status quo ni se transforman en acciones revolucionarias, al contrario, cada día se suman más rebeldías agenciadas que trabajan para quienes siempre ponen las reglas del juego. La fantasía de politización que tiene la creación y el pensamiento hoy en día, en realidad ha tribalizado y segmentado los enunciados al disfrazarlos de ejercicios éticos, cuando en realidad el único que tiene garantizada su plena satisfacción ante las acciones de denuncia y exposición de los males del mundo, es el que se construye una carrera a partir de todo ello.
En un mundo de cuotas que se venden por paquete dentro de los espacios culturales y políticos, es más que necesario el análisis, el inventario de nuestras acciones ante las múltiples paradojas que nos propone la “moral” como la omnipresente propaganda que, como el viejo fascismo primitivo, recicla sus carteles. ¿Será que por primera vez en muchos siglos el arte está trabajando para una dictadura suave y efectiva?
No me cabe duda que la mejor forma de destruir la construcción de una sociedad menos desigual es agudizando las contradicciones de quienes buscan el bien común. No existen personas rectas ni impecables, el dedo que señala a otros únicamente busca escapar de ser señalado. La imperfección se pule más no se elimina, es ahí donde uno acude a los poetas, en este caso a Rabindranath Tagore que menciona en uno de sus artículos: “Si cierras la puerta a todos los errores, también se quedará afuera la verdad”.
[1] El show de Truman (Una vida en directo) es una película dirigida por Peter Weir en 1998
The noun “inventory” comes from the Latin “inventarium,” which in turn is derived from the verb “invenire” (to find or to discover), in a strange mutation where an action becomes an outcome, recounting those things that remain in our favor and enumerating those which play against us. Those of us who have undertaken this effort know that discerning the bare outcome of what we truly are requires very hard work, as well as courage. In his famous lecture “Existentialism is Humanism,” we find the most notorious phrase by Jean Paul Sartre: “We are what we do with what was made of us.” A brutal statement to define the contours of a life made out of additions and subtractions! Here it is, then, the inventory out of which humanity is made of, with its flexible morality and its changing imperfection.
The fourth step in a rehab program for addicts is to undertake “a fearless and searching moral inventory of ourselves.” Some of us agree that this is the hardest step because it requires that we paint a self-portrait that strips us of our role as victims and forces us to see ourselves with total clarity. The more mistaken we are, the harder it is to follow the right path, since we’ve grown so used to wearing the mask that it ends up being our only face. There is no liberation for those who assume the role of victims. When going through this fix of narcissism, the most seductive path to acceptance is morality, always looking for the whole and annulling the individual.
There is no morality if it does not come from the other, the oppressor. The one who subdues another is an entity without a voice of its own that has to be suppressed because it represents the most pure state of abuse and evil. Morality is the victim’s property, and that is why its shadow is so large. As long as we are inside the protective mantle of victimhood, we have guarantees regarding our ability to break any principle we criticize since our introduction letter is the pain we have undergone in the past because of someone else’s fault, that is how we shape the atrocities and the infinite reasons for our revenge. We demand the privileges that have been denied, and that turns us into the mob, the chieftain, and the moral avenger that optimistically represents the future.
Mass media play the role of an intermediary between right and wrong, but they never open their range of possibilities to truly dissident ideas because they are some sort of flight simulator for those who have grown under their tutelage in the last forty years. The panopticon is no longer the enemy—there is no warden ready to open fire if we try to escape the prison—as a matter of fact, it has turned into a confessionary where we go voluntarily, just as in 1990’s reality shows, where intimacy was a mirror populated by millions of spectators burdened with curiosity and seriously extreme impulses. Today we add an old story to the contemporary world: we want to appear as morally immaculate before the dubious mirror that reflects us, the spectator rules and sentences, we assume that, just as in “The Truman Show,”[1] there will be an audience at any time of day, and that actually the single goal of our life is to convince them by showing our presentable face, our edited truth. We do not lie, but we conceal, and thus keep our moral stature as judges and executioners. The absolutism of the image overcomes the plot; merit disintegrates in favor of clickbait that increases as we manage to destroy reputations, just as it happens with the mud machine satirized by Umberto Eco in his novel “Numero Zero.”
Steven Pinker states that “people see violence as moral, not immoral: across the world and throughout history, more people have been murdered to mete out justice than to satisfy greed.” The uncompromising role of those who try to enact social justice reaches so far that even art practices resort to discourses, pamphlets, all the rubbing against bad consciousness…only the punitive ego of those in the exhibition is reaffirmed, it is the transformation of pronouns: “I” instead of “Us.” Given the choice between morality and science, between morality and reality, between morality and grey areas, there will always be a demand to side with morality to avoid humiliation, disdain and delegitimization of the group. Curiously enough, at a time when the margins of communication have greatly expanded, there is a large amount of people who assume their right to have an opinion with no filters as to its quality or authority. Nevertheless we find nothing but ideas that totally fail to challenge the status quo, and do not transform into revolutionary actions. Quite the opposite, each day there are more manipulated rebellions that work for those who always set the rules of the game. The political fantasy in today’s creation and thought has actually tribalized and segmented statements by turning them into ethical exercises, when actually the only ones whose satisfaction is guaranteed when it comes to denouncing and exposing the evils of the world are those able to make a career out of doing so.
In a world of quotas that are sold as packages within cultural and political spaces, the analysis is more than necessary, the inventory of ourselves before the multiple paradoxes postulated by a “morality” that, not unlike the ubiquitous propaganda, recycles its posters as old primitive fascism did. Can it be that, for the first time in many centuries, art is actually working for a soft and effective dictatorship?
I firmly believe that the best way to destroy the construction of a less unequal society is by intensifying the contradictions of those in search for the common good. There are no impeccably upright persons; the finger that points at others only wants to escape being pointed at itself. Imperfections may be polished, but not eliminated, that is where one turns to poets, to Rabrindanath Tagore in this case, who mentions, in one of his articles: “If you shut the door to all errors, then truth will be shut out”.
[1] “The Truman Show” is a 1998 film directed by Peter Weir.
El cuarto paso [sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos]
23 de mayo — 26 de julio, 2024
Alejandro Almanza Pereda ﹒ Aníbal López [A1-53167] ﹒ Antonio Caro ﹒ Avantgardo ﹒ Darío Escobar ﹒ Diego Sagastume ﹒ Inés Verdugo ﹒ Joaquín Rodríguez del Paso ﹒ La Cholla Jackson ﹒ Marek Wolfryd ﹒ Patrick Hamilton ﹒ Priscilla Monge ﹒ Roger Muñoz ﹒ Santiago Sierra ﹒ Wendy Cabrera Rubio
Los infortunios de la moral / The misfortunes of morality
Javier Payeras
Inventario es un sustantivo que viene del latín inventarium y que se deriva del verbo invenire (encontrar o hallar), extraña mutación de ser una acción para transformarse en un resultado, el recuento de lo que queda a nuestro favor y la enumeración de lo que juega en nuestra contra. Quienes hemos realizado este ejercicio sabemos que requiere un enorme esfuerzo, sino valentía, discernir con toda crudeza el resultado de lo que somos. En el libro El existencialismo es un humanismo, encontramos la frase más famosa de Jean Paul Sartre “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”. ¡Bárbara sentencia para definir los contornos de una vida hecha con restas y sumas! Aquí está, pues, el inventario que construye lo humano, con su flexible moral y su cambiante imperfección.
“Un inventario moral de nuestras acciones” es el cuarto paso dentro de un programa de rehabilitación para adictos. Algunos coincidimos de que es el paso más difícil porque hace necesario el autorretrato que nos despoja del papel de víctimas y nos obliga a revisamos con toda claridad. Entre más equivocados estamos, más difícil es tomar el camino correcto, es decir, nos hemos acostumbrado tanto a usar la máscara que termina siendo nuestro único rostro. No existe liberación para quien asume el rol de la víctima. En este trance del narcicismo, la moral es la más seductora vía de aceptación, siempre buscando el conjunto y anulando al individuo.
La moral no existe sino es a partir del otro, del opresor. El que somete es una entelequia sin voz propia que debe ser cancelada porque representa el estado más puro del abuso y la maldad. La moral es propiedad de la víctima, es por eso que su sombra es tan grande; mientras estamos dentro del manto de protección del victimismo tenemos garantías de que podemos romper cualquier principio que critiquemos, porque nuestra carta de presentación es el dolor transcurrido en el pasado por culpa de otros, así damos forma a las atrocidades y las infinitas razones para nuestra venganza. Exigimos los privilegios que nos ha sido negados, lo que nos transforma en la multitud, en el caudillo y en el justiciero moral que representa de forma optimista al futuro.
La mass media ocupa el rol de intermediario entre lo correcto o lo incorrecto, pero nunca amplía su abanico de posibilidades a las ideas verdaderamente disidentes, porque es una suerte de simulador de vuelo para quienes han crecido en los últimos cuarenta años bajo su tutela. El panóptico ya no es el enemigo, no es el centinela dispuesto a abrir fuego si intentamos escapar de la prisión; es en realidad el confesionario al que asistimos voluntariamente, tal como en los reality shows de la década de los noventa, donde la intimidad era un espejo poblado por millones de espectadores cargados de morbo e impulsos por demás extremos. Hoy añadimos una vieja historia al mundo contemporáneo, lucirnos moralmente impolutos frente al dudoso espejo que nos refleja; el espectador dictamina y sentencia, asumimos que al igual que en The Truman Show[1] a cualquier hora del día siempre existirá un público y que en realidad todo el objetivo de nuestra vida es convencerlo, mostrando nuestra cara presentable, nuestra verdad editada; no mentimos sino que ocultamos y así mantener nuestra estatura moral de jueces y verdugos. El absolutismo de la imagen por encima del argumento, la desintegración de los méritos a favor del clickbait, que aumenta en la medida en que logramos destruir reputaciones, tal como sucede con la máquina del fango, que Umberto Eco satiriza en su novela Número Cero.
Steven Pinker nos da esta reflexión “La violencia se considera moral, no inmoral: a lo largo de la historia, se ha asesinado a más personas para imponer la justicia que para satisfacer la codicia.”, hasta aquí el papel no reconciliador de los justicieros sociales, cuando en la producción artística se acude al discurso, al panfleto, al frote contra la mala conciencia… se reafirma únicamente el ego punitivo del que expone, es la transformación de los pronombres: Yo a cambio del Nosotros. Entre la moral y la ciencia, entre la moral y la realidad, entre la moral y los matices, siempre se exigirá ponerse del lado de la moral para evitar la humillación, el desprecio y la deslegitimación del grupo. Es curioso que en una época en la que se han ampliado los márgenes de la comunicación, exista una enorme cantidad de personas que asumen su derecho a la opinión sin filtros de calidad o autoridad, sin embargo, no encontramos más que ideas que en absoluto vulneran al status quo ni se transforman en acciones revolucionarias, al contrario, cada día se suman más rebeldías agenciadas que trabajan para quienes siempre ponen las reglas del juego. La fantasía de politización que tiene la creación y el pensamiento hoy en día, en realidad ha tribalizado y segmentado los enunciados al disfrazarlos de ejercicios éticos, cuando en realidad el único que tiene garantizada su plena satisfacción ante las acciones de denuncia y exposición de los males del mundo, es el que se construye una carrera a partir de todo ello.
En un mundo de cuotas que se venden por paquete dentro de los espacios culturales y políticos, es más que necesario el análisis, el inventario de nuestras acciones ante las múltiples paradojas que nos propone la “moral” como la omnipresente propaganda que, como el viejo fascismo primitivo, recicla sus carteles. ¿Será que por primera vez en muchos siglos el arte está trabajando para una dictadura suave y efectiva?
No me cabe duda que la mejor forma de destruir la construcción de una sociedad menos desigual es agudizando las contradicciones de quienes buscan el bien común. No existen personas rectas ni impecables, el dedo que señala a otros únicamente busca escapar de ser señalado. La imperfección se pule más no se elimina, es ahí donde uno acude a los poetas, en este caso a Rabindranath Tagore que menciona en uno de sus artículos: “Si cierras la puerta a todos los errores, también se quedará afuera la verdad”.
[1] El show de Truman (Una vida en directo) es una película dirigida por Peter Weir en 1998
The noun “inventory” comes from the Latin “inventarium,” which in turn is derived from the verb “invenire” (to find or to discover), in a strange mutation where an action becomes an outcome, recounting those things that remain in our favor and enumerating those which play against us. Those of us who have undertaken this effort know that discerning the bare outcome of what we truly are requires very hard work, as well as courage. In his famous lecture “Existentialism is Humanism,” we find the most notorious phrase by Jean Paul Sartre: “We are what we do with what was made of us.” A brutal statement to define the contours of a life made out of additions and subtractions! Here it is, then, the inventory out of which humanity is made of, with its flexible morality and its changing imperfection.
The fourth step in a rehab program for addicts is to undertake “a fearless and searching moral inventory of ourselves.” Some of us agree that this is the hardest step because it requires that we paint a self-portrait that strips us of our role as victims and forces us to see ourselves with total clarity. The more mistaken we are, the harder it is to follow the right path, since we’ve grown so used to wearing the mask that it ends up being our only face. There is no liberation for those who assume the role of victims. When going through this fix of narcissism, the most seductive path to acceptance is morality, always looking for the whole and annulling the individual.
There is no morality if it does not come from the other, the oppressor. The one who subdues another is an entity without a voice of its own that has to be suppressed because it represents the most pure state of abuse and evil. Morality is the victim’s property, and that is why its shadow is so large. As long as we are inside the protective mantle of victimhood, we have guarantees regarding our ability to break any principle we criticize since our introduction letter is the pain we have undergone in the past because of someone else’s fault, that is how we shape the atrocities and the infinite reasons for our revenge. We demand the privileges that have been denied, and that turns us into the mob, the chieftain, and the moral avenger that optimistically represents the future.
Mass media play the role of an intermediary between right and wrong, but they never open their range of possibilities to truly dissident ideas because they are some sort of flight simulator for those who have grown under their tutelage in the last forty years. The panopticon is no longer the enemy—there is no warden ready to open fire if we try to escape the prison—as a matter of fact, it has turned into a confessionary where we go voluntarily, just as in 1990’s reality shows, where intimacy was a mirror populated by millions of spectators burdened with curiosity and seriously extreme impulses. Today we add an old story to the contemporary world: we want to appear as morally immaculate before the dubious mirror that reflects us, the spectator rules and sentences, we assume that, just as in “The Truman Show,”[1] there will be an audience at any time of day, and that actually the single goal of our life is to convince them by showing our presentable face, our edited truth. We do not lie, but we conceal, and thus keep our moral stature as judges and executioners. The absolutism of the image overcomes the plot; merit disintegrates in favor of clickbait that increases as we manage to destroy reputations, just as it happens with the mud machine satirized by Umberto Eco in his novel “Numero Zero.”
Steven Pinker states that “people see violence as moral, not immoral: across the world and throughout history, more people have been murdered to mete out justice than to satisfy greed.” The uncompromising role of those who try to enact social justice reaches so far that even art practices resort to discourses, pamphlets, all the rubbing against bad consciousness…only the punitive ego of those in the exhibition is reaffirmed, it is the transformation of pronouns: “I” instead of “Us.” Given the choice between morality and science, between morality and reality, between morality and grey areas, there will always be a demand to side with morality to avoid humiliation, disdain and delegitimization of the group. Curiously enough, at a time when the margins of communication have greatly expanded, there is a large amount of people who assume their right to have an opinion with no filters as to its quality or authority. Nevertheless we find nothing but ideas that totally fail to challenge the status quo, and do not transform into revolutionary actions. Quite the opposite, each day there are more manipulated rebellions that work for those who always set the rules of the game. The political fantasy in today’s creation and thought has actually tribalized and segmented statements by turning them into ethical exercises, when actually the only ones whose satisfaction is guaranteed when it comes to denouncing and exposing the evils of the world are those able to make a career out of doing so.
In a world of quotas that are sold as packages within cultural and political spaces, the analysis is more than necessary, the inventory of ourselves before the multiple paradoxes postulated by a “morality” that, not unlike the ubiquitous propaganda, recycles its posters as old primitive fascism did. Can it be that, for the first time in many centuries, art is actually working for a soft and effective dictatorship?
I firmly believe that the best way to destroy the construction of a less unequal society is by intensifying the contradictions of those in search for the common good. There are no impeccably upright persons; the finger that points at others only wants to escape being pointed at itself. Imperfections may be polished, but not eliminated, that is where one turns to poets, to Rabrindanath Tagore in this case, who mentions, in one of his articles: “If you shut the door to all errors, then truth will be shut out”.
[1] “The Truman Show” is a 1998 film directed by Peter Weir.