El primer paso [admitimos nuestra impotencia ante la realidad]
06 de septiembre — 19 de octubre, 2024
Antonio Pichillá ﹒ Anuar Maauad ﹒ Carlos Mérida ﹒ Claudia Luna ﹒ Erica Muralles Hazbun ﹒ Fredy Rangel ﹒ Jennifer Paiz ﹒ Joaquín Orellana ﹒ Joyce de Guatemala ﹒ Luis Díaz ﹒ Omar Ibañez ﹒ Pablo López ﹒ Roberto Cabrera ﹒ Sandra De León
La importancia de llamarse real / The importance of being real
Javier Payeras
Nada más difícil de hallar como la coherencia, nada es más complicado. Una persona coherente es una suerte de peso muerto para las sociedades cansadas; un espejo del que todos huimos porque nos insulta y nos muerde. Son la minoría absoluta, y lo admito, duele en la raíz del alma sentir que cada minuto avanza hacia su obsolescencia programada. Los coherentes se apagan como las luces que se van quemando, apenas titilan… ni siquiera anuncian que se mueren, solamente se apagan.
Aceptémoslo, a esta altura del siglo somos incapaces de sobrellevar la realidad y en la medida que los años pasan ésta se ha vuelto insoportable. Estamos prácticamente conectados todo el día y es algo ruinoso, la comunicación que fue un milagro tecnológico anticipa hoy un desastre humano. Un rebaño inconsciente que opina todo el tiempo acerca de todas las cosas, un tribunal mediocre capacitado para sentir a través de la transparencia de la mass media. Es imposible que no suceda algo íntimo que no quiera hacerse público; una neolengua de solitarios capaces de irse a la cárcel, no por sus principios (eso es algo boomer como diría nuestra pixeleada descendencia), sino por alcanzar un clickbait. La cumbre de la guerra moral es colocar un par de buenas publicaciones en alguna red social que tenga la suficiente reproducción como para botarle el café encima a los siempre ensañados malignos enemigos del buen vivir. Sin embargo, la ponzoña del insulto o de la funa no pasan de la viscosa exposición de una imagen pública expuesta ante el tribunal inquisidor que cada mañana se levanta con los dos pies izquierdos puestos en la vida, listos para cazar cualquier cosa que les indigne en ese momento, colocándose desde muy temprano la mitra en la cabeza y tomando solemnemente su teléfono con las dos manos para rastrear esas declaraciones misóginas, racistas, homófobas, pro-vida o antivegetarianas que haya esgrimido el exhibido del día, y que luego de zampar muy explícitamente su no necesariamente bien redactada opinión del asunto, deja correr el agua del inodoro donde ese noble gesto fue parido con la dificultad propia de sus necesidades corporales. Pero no sucede nada en realidad, las personas señaladas pueden comprender que quitar el agua al pez es algo tan simple como alejarse de la Internet y darse de baja del mundo digital. Pienso que lo realmente maravilloso que tiene esta Edad Massmedia es, que, a diferencia de las otras, hoy podemos desconectarnos de la realidad virtual y entrar a la vida real, ustedes disculpen el mal chiste de una rima aguda.
En el frágil territorio de lo real y de lo irreal existe siempre una superstición, utilizamos el desencanto como un am-uleto. Si anticipamos nuestro fracaso quizá convoquemos a las grandes fuerzas del éxito para que nos ayuden a “vibrar alto”. Le debemos grandes avances a la ignorancia, es por su constante y permanente presencia en cada aspecto de la vida contemporánea que hoy más que nunca, se hace más fácil elegir y opinar; todo está a la mano, así que podemos dejar el sentido común como principio rector y esa enorme responsabilidad de ensamblar la suma de todas las partes para buscar una verdad, pues, ¿pa qué…?, si metemos la pata nos declaramos ignoramus y listo, que otros se hagan cargo de apagar la hoguera que descuidamos y que terminó incendiando la montaña. Nuestra incoherente conducta ante la vida nos hace atrincherarnos en unas cuantas tribus de emoticones que al igual que nosotros no soportan otra luz que no sea la inmaculada bombilla blanca de nuestra habitación. Así es como llegamos a este punto en el que este breve ensayo se convierte en un petitorio mínimo: VEAMOS. Sí… veamos... No es fácil vivir con los ojos abiertos, porque es muy difícil man-tenerse despierto. El poeta latino Horacio menciona en su Arte poética que a la poesía se llega vencido. Tras esta declaración podemos comprobar que nada es nuevo, que nada ha cambiado, que, aunque existen mutaciones en las formas de representar la re-alidad, ésta siempre será la misma cosa. Sólo despiertos nos acercamos a la imagen poética, esa que no es ni un panfleto ni un ojalá ni un debería… Simplemente es un acto, eso tan pareci-do al silencio de las formas o de los crucigramas, eso que no busca interpretar nada ni obedecer nada, esa manera subversiva de existir sin dar explicaciones. Tal cosa es exponer, no dar explicaciones. Tal cosa es la coherencia, esa distancia que existe entre la apariencia y lo real. Tal cosa es la forma, la suma de todos los fragmentos dispersos que recomponen un es-pejo.
There is nothing as hard to find as coherence; nothing as complicated. In tired societies, coherent persons become some sort of a dead weight, mirrors to be avoided because they may be insulting, they might byte. They are an absolute minority and I have to admit how painful it feels to see how each minute that passes brings them closer to their planned obsolescence. Coherent persons dwindle gradually, hardly twinkling like burnt-out lights…they do not even announce they’re dying, they only turn off.
Let’s face it: at this point of the century we have become unable to endure a reality that, as years go by, has become increasingly unbearable. We virtually spend all day on-line and doing so is ruinous: the city that was once a technological miracle, anticipates human disaster today. It is an unconscious herd that always has an opinion about everything, a mediocre court authorized to feel through the transparency of mass media. There is no intimate event that happens without it wanting to go public. It is a Newspeak of loners willing to go to jail not for their principles (a boomer attitude as our pixelated descendants would say) but for clickbait. The peak of this moral war is placing a couple of good publications in some social network and getting just enough views to throw a coffee at the always evil and merciless enemies of the good life. Nevertheless, the poison in the insult or the cancellation rarely goes beyond the slimy exhibition of a public image displayed before the members of an inquisitive jury who get out of a bed with two wrong sides day after day. Once they do, they are ready to go after anything they find outrageous at that moment. They put on a miter on the head first thing in the morning and then proceed to take their phone with both hands and pontificate against the misogynistic, racist, homophobe, pro-life or anti vegetarian statements of whoever is today’s pilloried person. Once they’ve very explicitly eaten their not necessarily so well written opinion on the matter, they let the toilet water run so it washes away their noble gesture, birthed with the difficulty proper to their bodily needs. Yet, nothing really happens. Those who have been singled out can understand that depriving fish from their water is as easy as getting away from the internet and quitting the digital world. I think that the really wonderful thing about this Mass media age is that, unlike what happened in other eras, today we may leave virtuality to enter reality–if I am to be forgiven to use a true rhyme for a bad joke.
In the fragile territory of the real and the unreal there is always superstition; we use disenchantment as an amulet. If we anticipate our failure we will perhaps be able to summon the great powers of success to help us reach a “high vibration”. We owe great advances to ignorance. It is because of its constant and permanent presence in every aspect of contemporary life that today more than ever it becomes easier to choose and have an opinion; everything is at hand, so we might as well abandon common sense as a ruling principle along with the enormous responsibility of assembling the sum of all parts to search for a truth, because, why bother?... if we make a mistake we just need to feign ignorance and that’s it, let others take care of extinguishing the fire we neglected until it ended up setting the mountain on fire. Our incoherent behavior in life makes us entrench ourselves in a few emoticon tribes who, just as we do, can’t stand no other light than the one shed by the immaculate white light bulb of our own rooms.
That is how we get to the point where this short essay becomes a minimum list of demands: LET’S SEE. Yes… let us see…Living with open eyes is not easy because staying awake is very hard. In his Ars Poetica, the Latin poet Horace mentions that when you arrive to poetry you have already been defeated. This notion might prove that there is nothing new, that nothing has changed, that—even if there are mutations in the ways of representing reality—, this will always remain the same. We only approach the poetic image when we are awake: that image that is not a pamphlet, nor a certainty, nor a doubt… It is simply an action akin to the silence of shapes or crosswords; something that is not aimed at interpretation or obedience; something that unapologetically exists as subversion. Doing so is merely an exhibition, not an explanation. That thing is coherence, the distance separating appearance from reality. That thing is form, the sum total of all the disperse fragments that become a mirror when they are reconfigured.
El primer paso [admitimos nuestra impotencia ante la realidad]
06 de septiembre — 19 de octubre, 2024
Antonio Pichillá ﹒ Anuar Maauad ﹒ Carlos Mérida ﹒ Claudia Luna ﹒ Erica Muralles Hazbun ﹒ Fredy Rangel ﹒ Jennifer Paiz ﹒ Joaquín Orellana ﹒ Joyce de Guatemala ﹒ Luis Díaz ﹒ Omar Ibañez ﹒ Pablo López ﹒ Roberto Cabrera ﹒ Sandra De León
La importancia de llamarse real / The importance of being real
Javier Payeras
Nada más difícil de hallar como la coherencia, nada es más complicado. Una persona coherente es una suerte de peso muerto para las sociedades cansadas; un espejo del que todos huimos porque nos insulta y nos muerde. Son la minoría absoluta, y lo admito, duele en la raíz del alma sentir que cada minuto avanza hacia su obsolescencia programada. Los coherentes se apagan como las luces que se van quemando, apenas titilan… ni siquiera anuncian que se mueren, solamente se apagan.
Aceptémoslo, a esta altura del siglo somos incapaces de sobrellevar la realidad y en la medida que los años pasan ésta se ha vuelto insoportable. Estamos prácticamente conectados todo el día y es algo ruinoso, la comunicación que fue un milagro tecnológico anticipa hoy un desastre humano. Un rebaño inconsciente que opina todo el tiempo acerca de todas las cosas, un tribunal mediocre capacitado para sentir a través de la transparencia de la mass media. Es imposible que no suceda algo íntimo que no quiera hacerse público; una neolengua de solitarios capaces de irse a la cárcel, no por sus principios (eso es algo boomer como diría nuestra pixeleada descendencia), sino por alcanzar un clickbait. La cumbre de la guerra moral es colocar un par de buenas publicaciones en alguna red social que tenga la suficiente reproducción como para botarle el café encima a los siempre ensañados malignos enemigos del buen vivir. Sin embargo, la ponzoña del insulto o de la funa no pasan de la viscosa exposición de una imagen pública expuesta ante el tribunal inquisidor que cada mañana se levanta con los dos pies izquierdos puestos en la vida, listos para cazar cualquier cosa que les indigne en ese momento, colocándose desde muy temprano la mitra en la cabeza y tomando solemnemente su teléfono con las dos manos para rastrear esas declaraciones misóginas, racistas, homófobas, pro-vida o antivegetarianas que haya esgrimido el exhibido del día, y que luego de zampar muy explícitamente su no necesariamente bien redactada opinión del asunto, deja correr el agua del inodoro donde ese noble gesto fue parido con la dificultad propia de sus necesidades corporales. Pero no sucede nada en realidad, las personas señaladas pueden comprender que quitar el agua al pez es algo tan simple como alejarse de la Internet y darse de baja del mundo digital. Pienso que lo realmente maravilloso que tiene esta Edad Massmedia es, que, a diferencia de las otras, hoy podemos desconectarnos de la realidad virtual y entrar a la vida real, ustedes disculpen el mal chiste de una rima aguda.
En el frágil territorio de lo real y de lo irreal existe siempre una superstición, utilizamos el desencanto como un am-uleto. Si anticipamos nuestro fracaso quizá convoquemos a las grandes fuerzas del éxito para que nos ayuden a “vibrar alto”. Le debemos grandes avances a la ignorancia, es por su constante y permanente presencia en cada aspecto de la vida contemporánea que hoy más que nunca, se hace más fácil elegir y opinar; todo está a la mano, así que podemos dejar el sentido común como principio rector y esa enorme responsabilidad de ensamblar la suma de todas las partes para buscar una verdad, pues, ¿pa qué…?, si metemos la pata nos declaramos ignoramus y listo, que otros se hagan cargo de apagar la hoguera que descuidamos y que terminó incendiando la montaña. Nuestra incoherente conducta ante la vida nos hace atrincherarnos en unas cuantas tribus de emoticones que al igual que nosotros no soportan otra luz que no sea la inmaculada bombilla blanca de nuestra habitación. Así es como llegamos a este punto en el que este breve ensayo se convierte en un petitorio mínimo: VEAMOS. Sí… veamos... No es fácil vivir con los ojos abiertos, porque es muy difícil man-tenerse despierto. El poeta latino Horacio menciona en su Arte poética que a la poesía se llega vencido. Tras esta declaración podemos comprobar que nada es nuevo, que nada ha cambiado, que, aunque existen mutaciones en las formas de representar la re-alidad, ésta siempre será la misma cosa. Sólo despiertos nos acercamos a la imagen poética, esa que no es ni un panfleto ni un ojalá ni un debería… Simplemente es un acto, eso tan pareci-do al silencio de las formas o de los crucigramas, eso que no busca interpretar nada ni obedecer nada, esa manera subversiva de existir sin dar explicaciones. Tal cosa es exponer, no dar explicaciones. Tal cosa es la coherencia, esa distancia que existe entre la apariencia y lo real. Tal cosa es la forma, la suma de todos los fragmentos dispersos que recomponen un es-pejo.
There is nothing as hard to find as coherence; nothing as complicated. In tired societies, coherent persons become some sort of a dead weight, mirrors to be avoided because they may be insulting, they might byte. They are an absolute minority and I have to admit how painful it feels to see how each minute that passes brings them closer to their planned obsolescence. Coherent persons dwindle gradually, hardly twinkling like burnt-out lights…they do not even announce they’re dying, they only turn off.
Let’s face it: at this point of the century we have become unable to endure a reality that, as years go by, has become increasingly unbearable. We virtually spend all day on-line and doing so is ruinous: the city that was once a technological miracle, anticipates human disaster today. It is an unconscious herd that always has an opinion about everything, a mediocre court authorized to feel through the transparency of mass media. There is no intimate event that happens without it wanting to go public. It is a Newspeak of loners willing to go to jail not for their principles (a boomer attitude as our pixelated descendants would say) but for clickbait. The peak of this moral war is placing a couple of good publications in some social network and getting just enough views to throw a coffee at the always evil and merciless enemies of the good life. Nevertheless, the poison in the insult or the cancellation rarely goes beyond the slimy exhibition of a public image displayed before the members of an inquisitive jury who get out of a bed with two wrong sides day after day. Once they do, they are ready to go after anything they find outrageous at that moment. They put on a miter on the head first thing in the morning and then proceed to take their phone with both hands and pontificate against the misogynistic, racist, homophobe, pro-life or anti vegetarian statements of whoever is today’s pilloried person. Once they’ve very explicitly eaten their not necessarily so well written opinion on the matter, they let the toilet water run so it washes away their noble gesture, birthed with the difficulty proper to their bodily needs. Yet, nothing really happens. Those who have been singled out can understand that depriving fish from their water is as easy as getting away from the internet and quitting the digital world. I think that the really wonderful thing about this Mass media age is that, unlike what happened in other eras, today we may leave virtuality to enter reality–if I am to be forgiven to use a true rhyme for a bad joke.
In the fragile territory of the real and the unreal there is always superstition; we use disenchantment as an amulet. If we anticipate our failure we will perhaps be able to summon the great powers of success to help us reach a “high vibration”. We owe great advances to ignorance. It is because of its constant and permanent presence in every aspect of contemporary life that today more than ever it becomes easier to choose and have an opinion; everything is at hand, so we might as well abandon common sense as a ruling principle along with the enormous responsibility of assembling the sum of all parts to search for a truth, because, why bother?... if we make a mistake we just need to feign ignorance and that’s it, let others take care of extinguishing the fire we neglected until it ended up setting the mountain on fire. Our incoherent behavior in life makes us entrench ourselves in a few emoticon tribes who, just as we do, can’t stand no other light than the one shed by the immaculate white light bulb of our own rooms.
That is how we get to the point where this short essay becomes a minimum list of demands: LET’S SEE. Yes… let us see…Living with open eyes is not easy because staying awake is very hard. In his Ars Poetica, the Latin poet Horace mentions that when you arrive to poetry you have already been defeated. This notion might prove that there is nothing new, that nothing has changed, that—even if there are mutations in the ways of representing reality—, this will always remain the same. We only approach the poetic image when we are awake: that image that is not a pamphlet, nor a certainty, nor a doubt… It is simply an action akin to the silence of shapes or crosswords; something that is not aimed at interpretation or obedience; something that unapologetically exists as subversion. Doing so is merely an exhibition, not an explanation. That thing is coherence, the distance separating appearance from reality. That thing is form, the sum total of all the disperse fragments that become a mirror when they are reconfigured.